Mensaje embotellado de una historia naufragada


Foto: Templo de Apollo en Naxos

La primera vez que te vi estabas bailando en la pista que construyeron para ti: tus pies, tus ojos, la sonrisa, la energía sensual que emanabas,... Todo parecía pensado para aquella melodía, como si el único objetivo de tu vida hubiese sido ese baile, en ese momento, la culminación de tu existencia. Cuando recuperé la conciencia de estar en el palacio de tu familia encontré a tus hermanas y tu madre riéndose de mi expresión con malicia. Además, del rincón del trono, bajo la sombra, recibí la mirada escrutadora de tu padre. Parecía que me iba a matar allí mismo, sin juicio y sin defensa.

Más adelante me encandilé de nuestros paseos después de cenar, nuestras conversaciones, tu manera de otear el horizonte cómo si el infinito no fuera suficientemente grande para albergar tus ideas. Nuestros coloquios se alargaban hasta después del atardecer y parecía que la noche entera no iba a ser suficiente para cansar nuestras mentes. Tú, brillante como todas las estrellas y más, te reías con mis estúpidas bromas, compitiendo en cascabeles con las olas del mar. Tus manos hábiles bajo la luna eran blancas alas de nácar dibujando palabras en el viento. Con ellas tejías tu red de caricias combinada con tus besos de fruta dulce y suave mientras te desvestía en la orilla. La brisa traída del mar se encontraba con el frescor de los pinos y las diferentes flores de tu cabello a la vez que te susurraba mis sueños para un futuro en el que siempre debiste estar. El agua llena de estrellas era cómplice de nuestra aventura clandestina, de mi rebelión contra tu familia, que acabó siendo también tu causa.

Tantas y tantas noches entregamos nuestro amor a Poseidón, que el dios no pudo hacer menos que enamorarse de ti. Él medió en el naufragio de nuestra historia. Él y Dionisio, los dos dioses, confabularon para alejarnos para siempre y terminar contigo. Aunque ellos no tienen más culpa que yo mismo. Mi necedad, mi falta de raciocinio y my terquedad son las grandes razones de que desaparecieras en el mar y te llevases contigo el mundo nuevo en el que pudimos reinar juntos.

Y es que en el momento en que escogiste mi causa, escogiste parcialmente. Te oculté una gran parte de toda mi estrategia en la que tú traicionabas a tu familia, pero yo no traicionaba a la mía. Es más, en mi táctica yo te traicionaba a ti. Después de contradecir todos los valores de tu cultura, contestar a tu padre y abandonar tu posición, me seguiste. Abandonaste tu isla en mi bote, a donde me habías llevado tú misma después de rescatarme de la justicia de tu padre. Tú, la más increíble de todas mis aventuras, de repente eras mi vida entera. El mundo que teníamos por delante estaba escrito por ti y tus acciones. Eras el todo, y yo era la parte a tu lado.

El miedo a no ser digno de mi gran papel contigo, de las expectativas que mi madre y mi recién descubierto padre tenían puestas en mí, me convirtió en el más estúpido de todos los hombres. No podía levarte a mi lado porque tu grandeza me haría sombra. No tengo derecho a tener ninguna cabeza sobre mis hombros, tales son las ideas monstruosas que salieron de allí. Era tanta mi miseria interior, que pretendí dar un homenaje a Dionisio para hacerte perder la conciencia, a la vez que yo también la perdía, borrando así las penurias de mi alma. Solo completamente abandonado al vino fui capaz de bajarte del barco con la excusa de volver a la playa, como en nuestras escapadas secretas. Justo al lado del puerto había una pequeña isla conectada por una lengua de tierra. La luna llena se reflejaba en tus ojos y los convertía en un verde oscuro como la noche eterna bajo los cedros en la que solo existía nuestro amor. Ese decorado paradisíaco fue el escenario de mi más gran delito.

De los varios crímenes que cometí allí, el más cruel de todos fue no creer en el hijo del que me hablabas. Aquel hijo también era mi familia. Pero no lo había visto con mis ojos y él no me iba a dar la vida que heredaría de mi padre. Para poder cumplir con el plan tal y como se concibió originalmente, tu debías morir allí mismo. Pero tal era mi debilidad física y mental que no pude hacer nada más que abandonarte en la pequeña isla mientras dormías, después de amarte como nunca más he podido hacer. Esa noche yo fui un idiota más.

Ejercicio 0005: Mensaje en una botella

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