Se pasó una hora buscando el calcetín rojo


Rosa volvía a casa después de una monótona jornada de trabajo en la redacción. No acababa de encontrar la crónica que podría hacerla saltar a la vista de su jefa y se veía destinada a continuar escribiendo sobre cuestiones irrelevantes. En ese momento saía del metro y lo vio. Sus ojos se abrieron como dos limones, no podía creerlo. Lo siguió con la vista mientras Él salía del andén. Estaba anonadada por su color, su manera de moverse, su manera de mirar. Tenía ante sí la crónica que esperaba desde hacía años. Tenía que alcanzarlo y hablarle.

Cuando estaba a punto de llegar a la salida del andén, un grupo de turistas asiáticos se plantó delante y la bloqueó completamente. La líder era una guía turística con la cara más feliz del mundo mientras intentaba poner orden entre su grupo de pequeños curiosos. Unos miraban a Rosa con una sonrisa silenciosa y chispas de fisgoneo en los ojos mientras algunos movían la cabeza de un lado al otro contentos de tener a un ciudadano no turista tan cerca. Entretanto, pudo ver como Él se metía en el ascensor de salida. Tenía que rodear al grupo, que crecía más y más mientras la guía seguía llamándoles con una banderita. Podía ver como Él estaba aún en el ascensor durante el cierre de puertas. Cuando los menudos seres que tenía delante mostraron claramente una abducción al multiverso de sus aventuras turísticas sin la más mínima conexión con la realidad, un agobio infinito se apoderó de ella con un palpitar intenso en sus venas. Respiró hondo y preparó la cámara del móvil para conseguir pruebas para su jefa. Entonces miró directamente a los ojos de la guía con una forzada expresión amable y a la vez interrogativa. La guía entendió que bloqueaba la salida y comenzó a llamar al orden al grupo de bajitos. Cuál rebaño, se organizaron al ritmo de las indicaciones de su guía y abrieron un canal humano que permitía el acceso a las verificadoras de billetes.

Una vez fuera del andén, el ascensor había llegado a la planta de la calle y sus ocupantes salían. Desde la puertas de cristal pudo ver como Él salía el último y torcía hacia la izquierda. Su esperanza de encontrarlo creció. Hizo ademán de dirigirse a las escaleras de salida cuando pudo ver al gran grupo de personas minúsculas avanzar hasta embozar el torrente circulatorio de la entrada y salida de la estación. La única opción era quedarse ahí y volver a llamar al ascensor. Éste bajaba lentamente y abría las puertas con parsimonia mientras la gente del interior se reían de una broma privada. Eran un grupo de chicas universitarias cargadas de bolsas, seguramente llenas de ropa de la talla XS. Una de las chicas risueñas la miró y Rosa le sonrió recordando las escapadas de clase con sus amigas. Detrás, salía un hombre vestido de traje con una expresión viciosamente risueña. Éste se turbó cuando al mirar a Rosa se dio cuenta de que sus pensamientos eran transparentes y aceleró el paso dejando por fin el ascensor libre. "Ya estás casi, podrás encontrarlo", se dijo.

Una vez en el ascensor, la gente atrapada en el andén por la horda asiática empezó a entrar en detrás hasta llenarlo todo bajo presión. Apretó el teléfono contra su cuerpo para no perderlo. Dos intentos de cerrar las puertas acabaron con un pasajero que sacrificó cinco minutos de su vida quedándose en el andén. Un solidario a regañadientes en una ciudad egoísta. Cuando finalmente el ascensor subía, parecía que el oxígeno se iba a terminar. Las puertas se abrieron y la turba humana de su alrededor salió en tromba para estallar en diversas direcciones junto al olor a día intenso que despedía. Una vez en la calle se dirigió a la izquierda y vio como ahora eran la acera y el paso de zebra los que estaban bloqueados por aquellos visitantes orientales amantes de los movimientos lentos.

Más allá, Él ya no estaba, ni calle abajo, ni calle arriba tampoco. Había desaparecido y ella se había quedado como una tonta girando sobre sí misma en medio de la calle. La guía turística la reconoció de vista y le sonrió. ¡Qué sin-sentido! Decidió que no se daba por vencida y lo buscó durante una hora desde las puertas de las tiendas aún abiertas, de los bares, de los monumentos de visita, en las callejuelas peatonales... Nada. Además, tampoco se le había ocurrido antes hacerle una foto. Nadie la iba a creer sin pruebas. Hizo un ensayo con su colega de la oficina:

- Nena, no sabes lo que me acaba de pasar. Me he encontrado un calcetín rojo saliendo del metro. Sí, sí, en serio, un calcetín rojo. Se ve que iba en el vagón de al lado y no lo he visto hasta que ha salido al andén. Lo he seguido todo lo que he podido, pero le he perdido la pista en la calle. Parece que todo el mundo se haya conjurado para retenerme en la estación mientras él se marchaba.  Después de tanto tiempo esperando al calcetín rojo, se me escapa de las manos. Bueno, de los ojos. ¿Qué tal te ha ido el día?

El mensaje se envió y su amiga lo recibió, pero no lo respondió en el momento. Guardó el teléfono y derrotada tomó dirección a casa. La caminata la había cansado y decidió darse un buen baño con aromas. Mientras se desvestía, el espejo le devolvió su imagen rosa. Se metió en la bañera y después de empaparse cinco minutos, el teléfono vibró con un mensaje de su amiga preguntándole si se encontraba bien. La verdad es que ella misma se estaba planteando si no estaría demasiado estresada como para creer en lo que veía. Salió de la bañera y con un movimiento desempañó un rincón del espejo. En el reflejo se vio a sí misma sin el maquillaje rosa. Admitir lo que veía era lo que siempre había hecho. Le parecía tan normal que llevaba años sin prestarle atención a su propia imagen. Solo se concentraba en maquillarse bien cada mañana sin preocuparse de como era ella de verdad y así no tenía que dar explicaciones. Ahora no podía negarse más a sí misma que tenía un problema, que negaba su naturaleza y que vivía escondida pretendiendo ser otra persona. Quizás el problema no era encontrar la crónica que la empuje, sino encontrarse a sí misma y empujarse hacia donde quería ir. Ella también era un calcetín rojo, hasta ahora solitario. Ella podía ser su crónica si aceptaba su excentricidad y soledad.

Mientras meditaba, se puso la ropa de estar por casa y se dirigió a la cocina para preparase la cena. Su piso estaba por reformar, pero tenía ventanas en todas las habitaciones y casi todas eran exteriores salvo la de la cocina, que daba al lavadero y éste al patio de luces. Conocía a la mayoría de vecinos excepto al de enfrente que parece ser se trasladó hace unos días y era un tipo excéntrico, según la vecina del entresuelo. Un apartamento luminoso en una comunidad de vecinos de barrio: su pequeño éxito personal. Encontró unos aguacates y unos tomates y se propuso mezclarlos con pasta para cenar una ensalada. Y mientras cortaba los ingredientes oyó la voz del vecino de enfrente, el nuevo, que hablaba desde su ventana por el patio. Miró por la ventana y la realidad de lo que veía y oía la golpeó en lo más profundo:

- Perdona, no he podido dejar de hablarte al verte. No sabía que éramos frecuentes en esta ciudad. En verdad, yo era el único calcetín rojo que conocía hasta ahora. No sé, yo acabo de llegar aquí, pero ya que somos vecinos, igual podríamos quedar algún día y conocernos mejor.

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